lunes, 9 de junio de 2014

"Tanta pasión para nada"




“El título quizá sorprenda, pero hace honor a su contenido”. Así presenta Julio Llamazares esta recopilación de doce relatos y una fábula, publicados en 2011, que comparten la misma visión de la vida: mucha pasión… para nada. El autor añade en su prólogo un argumento que me empujó definitivamente a leerlos: “En una época como ésta, en la que los escaparates de las librerías están llenos de libros de autoayuda y de novelas de entretenimiento, quizá parezca un error de bulto perseverar en el nihilismo…” Pero no lo es.

Supone un soplo de aire fresco y un baño de realidad entre tanta fingida sonrisa y tanto forzado positivismo, encontrar personajes que se enfrentan a ilusiones o deseos perdidos, que se ven sometidos a las circunstancias y son superados por ellas, que comprueban que la vida nos maneja a veces a su antojo, sin que podamos evitarlo. Todos comparten una pasión y la viven pegados a la realidad, unidos a ella: a la vida y a la pasión que forma parte de ella “y que no nos permite seguir viviendo, pese a que conozcamos su inutilidad”.

Los relatos arrancan con la historia del penalti fallado por Djukic en 1994, que le costó la liga al Deportivo de La Coruña. Todo el cúmulo de recuerdos, emociones y sensaciones que desfiló por la cabeza del jugador en esos momentos de intensidad plena, mientras un estadio contenía la respiración, se desgrana en el relato que va creciendo en intensidad hasta el instante final, con Djukic arrodillado en el césped, deseando huir  y recordando “lo que su padre solía decir cuando la vida le golpeaba como a él ahora: tanta pasión para nada.”

Por el libro desfilan, después, un anciano que reencuentra al amor de su juventud antes de morir; un conductor que escapa del aburrimiento y la rutina con música y kilómetros por delante; un periodista de la vieja escuela con la carrera agotada que se enfrenta a una Navidad solitaria; un escritor que lucha contra la falta de inspiración y otras intensas historias de ausentes y secretos, por fin revelados, de la Guerra Civil.

Julio Llamazares retrata a sus personajes con el detalle justo y sin aspavientos emocionales, pese a las derrotas y decepciones que viven. Va hilando de forma ligera las frases, con pocos puntos y pausas medidas, como si la historia fluyera de su propia voz, mientras nos mira acodado en la barra del bar. “Porque un cuento –ya se sabe- no es el tema, ni siquiera su argumento o su estructura, sino la trama que va creciendo a medida que sus hilos se entrelazan entre ellos”. Así lo describe el escritor del relato y Llamazares hace honor a su propio criterio.  Y añade una frase certera: “La literatura no era un oficio… sino una destilación paciente de palabras.”

De todos, me impresionó -por la fuerza de la metáfora- el relato titulado “Historia del hombre que quiso parar el mundo”. Un tipo gris y anodino que había sido el último en ejecutar “la suerte taurina de don Tancredo” antes de que se eliminara por su peligrosidad. Consistía en hacer la estatua en el centro del ruedo y esperar, subido a un pedestal, la embestida del toro. La vida de este hombre se para, al final, frente a un tren y tan sólo es mencionada en una noticia breve perdida entre los sucesos del diario. Muere tal como había sido su vida, la de él y la de otras tantas vidas y pasiones…

“… Un continuo deslizarse hacia la nada, la pasividad total, hacia la estatua que siempre fue, no solo ante las vaquillas que lidiaban en la fiestas de la plaza de toros de su pueblo, sino en la vida, a la que siempre se enfrentó a pecho descubierto, tan grande fue su valor, sin saber que la vida no se detiene como los toros y pasa por encima de quien se atreve a enfrentarse a ella.”

La fábula final del libro, titulada “El día de mañana”, es tan breve como explícita. El broche perfecto de realidad.

“Mis padres se pasaron la vida pensando en el día de mañana. Tú piensa en el día de mañana; tú ahorra para el día de mañana, me decían. Pero el día de mañana no llegaba. Pasaban los meses y los años y el día de mañana no llegaba.


Hoy, de hecho, mis padres ya están muertos y el día de mañana aún no ha llegado”.