Leer a Cortázar es apostar sobre seguro.
Rescatar uno de sus libros de la biblioteca es saberse ganador al cerrar la
última página, con la certeza de que todas sus palabras se quedarán en el
corazón para enriquecerlo. “El perseguidor”, uno de su grandes éxitos, se
devora enseguida; un relato breve y en apariencia ligero, pero deja un sabor
que se degusta placentera y lentamente durante mucho tiempo: agridulce, con aroma de melancolía, como el que crece entre el humo del tabaco, las notas de
un saxo y un deseo inalcanzable.
En “El perseguidor” Cortázar relata los
últimos días del saxofonista Johnny Carter, sus obsesiones y alucinaciones, su
dependencia de las drogas, sus frustraciones y su gran búsqueda. Es un homenaje
al genial Charlie Parker, publicado en 1959, con el paisaje de París de fondo,
y referencias a otro genio del jazz como Miles Davis.
La historia de Carter nos la narra su biógrafo
y crítico musical, Bruno. Es la voz del propio Cortázar que se esfuerza por
comprender la confusa vida que discurre por la mente del músico, más allá del
desastre de inconsciencia y autodestrucción en que convierte su día a día: “Envidio todo menos su dolor, pero aún en su
dolor tiene que haber atisbos de algo que me es negado”.
Desde la primera página, Carter aparece como
un ser entrañable, pero confuso, enfermo y drogado, que se confiesa incapaz de
pensar, y especialmente, obsesionado con el tiempo:
“En mi casa
el tiempo no acababa nunca, sabes. De pelea en pelea, casi sin comer”… “Cuando
empecé a tocar de chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba”… “Yo no me
abstraigo cuando toco. Solamente cambio de lugar”
Poco a poco, Bruno va entendiendo la luz que “busca encenderse” en Carter cuando toca,
una luz que va más allá de los efectos de las drogas o de la grandeza que le
niega a un “pobre diablo, vicioso y con talento” como Carter:
“Johnny está obsesionado por algo que su
pobre inteligencia no alcanza a entender pero que flota lentamente en su
música, acaricia su piel, lo prepara quizá para un salto imprevisible que
nosotros no comprenderemos nunca.”… “Parece contar con ella (la música) para
explorarse, para morder la realidad que se le escapa todos los días.”
Bruno no se cansa en su empeño de entender a
Carter, sus crisis y sus sueños. El último de ellos será un campo lleno de
urnas enterradas en un espacio inmenso, con la muerte como reclamo y salida. Le
escucha también tocar, fuera del tiempo: “Esto
lo estoy tocando mañana”, dijo Johnny en una ocasión. Y en una de sus improvisaciones
con el saxo, “llena de huidas en todas
las direcciones”, Bruno entiende quien es verdaderamente Johnny Carter, “el
perseguidor”:
“No es un
perseguido, no es una víctima. Lo que le ocurre son azares del cazador, no del
animal acosado…. Persigue en vez de ser perseguido.”
Al fin, Carter resume toda una vida de
búsqueda en el tiempo, fuera y dentro de él, hasta reunirse con su “siempre”.
“El tiempo… toda mi vida he buscado en mi
música que esa puerta se abriera al fin. Una nada, una rajita…” Carter
recuerda una ocasión en que Miles Davis “tocó
algo tan hermoso que casi me tira de la silla”… “Era la seguridad, el encuentro, cuando todo está resuelto… Sin que
hubiera después… Por un rato no hubo más que siempre.”
Sólo queda leerlo con la sabia voz de
Cortázar, escucharlo, y que nos lleve entre notas en el tiempo…
Hola María
ResponderEliminarHoy solo vengo a presentarme oficialmente para invitarte a mi blog. Apenas estoy comenzando y busco amigos para compartir un poco de lo que hago. Si te gusta y me acompañas también tendrás un nuevo amigo, si así lo deseas.
Saludos
Jacob K