jueves, 23 de mayo de 2013

"El egiptólogo" de Arthur Phillips



No suelo releer libros porque hay muchos olvidados esperando en las estanterías. Pero con “El egiptólogo” he hecho una excepción, a modo de prueba, y he vuelto a sentir la misma fascinación que la primera vez. Me admiró aún más la inteligencia de Arthur Phillips para construir esta novela laberítica, como una sólida pirámide asentada sobre una imaginación prodigiosa y una habilidad de ventrílocuo para manejar  las voces de la narración.

“El egiptólogo” podría definirse como un “thriller histórico”, con tintes de humor negro; como un viaje impactante por la psicología de los personajes, además de una delicia para los amantes del antiguo Egipto.

En 1922, coincidiendo con el descubrimiento de la tumba de Tutankamon, el protagonista, Ralph Trilipush, busca el enterramiento de un supuesto faraón apócrifo, Atum-hadu, basándose en el hallazgo de unos jeroglíficos. A través de las cartas que se cruzan, Phillips nos descubre la personalidad de los personajes y su punto de vista, de una manera absolutamente creíble. Lees cómo se desarrolla la historia, a través de los ojos de cada uno, y asumes plenamente y con toda convicción, que lo que cada uno cuenta es cierto. Y no siempre lo es. Como un jeroglífico, hay que desentrañar lo que significan verdades supuestas, equivocaciones y mentiras interesadas. En este libro “no lees entre líneas: vives entre líneas”, tal como destacó la revista People.

Los protagonistas de las dos tramas principales, que al final confluyen, son un detective australiano, Harrold Ferrell, y el propio egiptólogo, Ralph Trilipush. Ferrell se nos presenta como un tipo arrogante, cargado de prejuicios y carente de ciertos escrúpulos, que simplifica la vida a su manera:

“No existen más que cinco motivos para que un hombre haga algo: dinero, hambre, lujuria, poder y supervivencia”.

Con similar arrogancia, pero más profundidad, aparece el fascinante protagonista, el egiptólogo que busca la inmortalidad de los antiguos faraones. En sus cartas, los apuntes de su libro y en su diario, Trilipush habla con una voz ampulosa de erudito, como un megalómano y obsesivo aspirante a la gloria; un ser elegido por el destino para ser recordado eternamente.

Trilipush planea incluso cómo lo describirá su biógrafo y, en esa reflexión, deja ver parte de lo que su complejo personaje esconde:

“¿Dónde está el centro de nuestra vida,  el corazón de nuestro personaje, con todos los detalles? (…) Bajo una capa aparece otra y luego otra, bajo cada velo de seda, más seda, bajo el polvo, más polvo, detrás de una puerta, otra, y luego un sepulcro y un sarcófago exterior y uno interior y la cobertura exterior de la momia y la máscara y los vendajes de lino y luego… un negro esqueleto de apretada, crujiente piel, intacto pero sin cerebro, hígado, pulmones, intestino y estómago. ¿Es ésta la verdad? O, ¿en nuestra carrera para llegar a esta respuesta pasamos por encima de la humilde verdad, la atropellamos, la cubrimos con el polvo de nuestro apresurado cavar?”

Más que leer, viviremos la transformación de Trilipush, día a día: sus ansias intactas, fracaso tras fracaso, mientras contemplaba los fastos del enorme descubrimiento de Howard Carter: “Vencer a pesar de las condiciones, y no gracias a ellas”.  Desde la lucidez primera de su obsesión, hasta la locura y el delirio en la tumba, identificado con su supuesto rey de Egipto. Sabremos que, en su verdadero ser, anidaba la aspiración de crearse a sí mismo. Lo que más admiraba eran los hombres que triunfaron por su propio esfuerzo: niños abandonados o maltratados que forjaron “un yo marcado por la fuerza y, más importante aún, por el estilo (...) No puede aceptarse nada heredado de un pasado inaceptable”

Equivocado y a toda costa, Trilipush consigue sellar su historia de “autocreación” con entrañable locura y un final impactante. Y sobre todo, consigue llegar a ser un personaje inmortal en la memoria de los lectores. En la mía, tiene guardado un lugar de honor para siempre.

Inolvidable, obra maestra.  




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