Todo este libro puede entenderse como un gran homenaje. A
José Couso, a los reporteros de guerra y al periodismo en general. Quizá sin
pretenderlo, porque Jon Sistiaga relata, sobre todo con humildad y honestidad, los
acontecimientos que rodearon la muerte de su compañero, cámara de Telecinco,
cuando un obús disparado por un carro de combate norteamericano impactó contra
la habitación del hotel Palestina de Bagdad, donde cubrían la guerra de
Irak. El resultado es un libro que se lee con profundo interés y llega a lo más
hondo. No sólo como revisión de aquellos hechos desde el punto de vista
histórico, diez años después, sino como la expresión de los sentimientos de un
hombre que se enfrenta a la muerte de un amigo muy querido, junto a la muerte
de innumerables seres anónimos que sufren la devastación de una guerra.
La historia de Jon comienza desde el dolor, doce horas
después de que el obús dejara la “cámara
reventada, mutilada, igual que le habían dejado a él”. Debe enfrentarse a
la insoportable ausencia del amigo, a recoger sus pertenencias, a avisar a sus
familiares, a digerir infinitas preguntas sin respuesta. “¡Tantas y tantas veces he tenido que
anotar y relatar las formas que adopta la muerte! En Ruanda, en
Colombia, en Kosovo, en Afganistán, en Palestina…” “Me di cuenta entonces de que sólo cuando esa angustia te alcanza
directamente eres capaz de asumir, y describir, la inmensa desdicha de ser
víctima. Por fin me ponía en la piel de una madre kosovar, de un niño afgano o
de un padre irakí”.
¿Y por qué? Esa es la cuestión inevitable. ¿Por qué un
reportero de guerra se enfrenta a la muerte? “La respuesta es sencilla: porque hay que estar”, explica Jon. “Porque alguien tiene que contar a los demás
qué es lo que está pasando. Porque no podemos permitirnos el lujo, a estas
alturas de civilización, de ceder espacios de impunidad a todos esos miserables
que en las guerras satisfacen sus peores instintos”. Sin perder la honestidad
para analizar sus sentimientos, Jon reconoce que, como todos los que cubren
conflictos y guerras, alguna vez se ha sentido “el tipo más miserable del mundo” ante “la mirada inerte de un crío”. “No,
no somos tan duros. Ni tan alcohólicos, ni tan mujeriegos, ni tan depresivos
como cuenta la leyenda”… “Todavía algunos, pocos, mantienen actitudes de héroe
trasnochado de película en blanco y negro, pero son, en general,
comportamientos de reflejos”. Jon destaca el compañerismo de los periodistas
con los que compartió momentos dramáticos en Irak y en anteriores conflictos.
Resulta especialmente emotivo el encuentro con una compañera, tras la muerte de
Couso, con la que se fundió en un abrazo "que fue un enorme diálogo”.
Todo el esfuerzo por transmitir lo que están viviendo los
reporteros en medio de una guerra no siempre resulta fácil. En este caso tuvo
un altísimo coste y no siempre se puede reflejar con precisión. Cuenta Jon que
el espectador puede contemplar en un informativo una imagen “pavorosa y cruel”, pero “la realidad es mucho peor”. Ningún
medio es capaz de transmitir “el hedor de
la muerte, la única cualidad que no puede traspasar las pantallas y que es casi
imposible de describir. El repugnante tufo de la calamidad es lo que hace
soberbia a la muerte.”
Pese a todo, la guerra de Irak fue “la mejor contada” porque se hizo en directo. Fue la guerra “de
los informativos. De las imágenes que se obtenían al momento, en directo, sin
recortes”. Aun así, los periodistas tuvieron que sortear la censura del régimen
de Sadam y “las mentiras de la guerra”…
“Había que desbrozar cada dato para ver
qué era noticia y qué era montaje, qué era información y qué especulación”,
incluso desde el lado norteamericano, según recuerda Jon, con datos
reveladores. “El gran teatro informativo
de la guerra tenía muchos actos y muchos actores”, asegura, “la contrainformación o la desinformación
más burda se mezclaron con las más sibilinas operaciones de enjuague mediático.
Nada era lo que parecía.”
En su libro, Jon nos desgrana los acontecimientos que
derivaron en la caída de Sadam y la toma de Bagdag, cómo lo vivió junto a José
Couso y la forma en que lo vivieron todos los que allí se encontraban, desde
enviados especiales hasta los propios habitantes de la capital irakí. Afirma
que “las turbaciones humanas son
parecidas en todo el mundo y tienen mucho más que ver con nuestra cotidianidad
que con los sublimes valores que supuestamente están en juego en las guerras.
En Bagdad no se planteaban si la guerra era legal o ilegal, si era necesaria o
justa. Se planteaban cómo les iba a afectar directamente a todos ellos”. Y
como en toda situación extrema, algo cambia dentro, incluso de manera positiva:
“Aquellos días los bagdadíes descubrieron
que todo el mundo tiene familia o alguien a quien querer… Había en el ambiente
una sintomatología de bondad… todo el mundo descubrió su lado generoso”. Como
dice Jon: “Cuando se está bajo las bombas,
cambian de repente todos tus valores”.
De lo mejor y de lo peor del ser humano trata, en el fondo,
este libro inolvidable, homenaje a José Couso, y gran retrato de un momento
histórico. Para mí, especial porque compartí momentos importantes en los
tribunales con Jon Sistiaga y jamás olvidaré su buen hacer periodístico, su
viva y afinada inteligencia y, sobre todo, su inmensa calidad humana. Gracias
Jon por este libro y por reconciliarme, en difíciles momentos, con nuestra
profesión.
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